miércoles, 28 de diciembre de 2011

Con la certeza necesaria

Se levantó envuelto en parsimonia, celebrando cada movimiento con la ceremonia propia de un oficio religioso. Lentamente se encaminó al lavabo para finalizar el tránsito a la consciencia de forma abrupta, envolviendo su arrugado rostro en una fría lluvia de agua y jabón.

Mientras se secaba las manos, miró la imagen que sonreía de forma estúpida en el cristal frente a él, y tras la sombra de la estulticia, la ciudad, que se levantaba una vez más envuelta en brumas y desesperanza. Volvió junto a su cama, y sentándose, acercó la silla del ordenador donde descansaba cuidadosamente doblada la ropa que había usado el día anterior.

Se sorprendió nuevamente sonriendo de forma insólita mientras poco a poco abandonaba la cómoda desnudez nocturna, disfrazando su naturaleza libre y salvaje con el ropaje de la cobardía diaria que supone buscar un trabajo que no se quiere, negando la propia esencia de su ser.

Mientras anudaba los zapatos, sentía que éstos lo ataban a un mundo muerto, vacío y sin sentido del que por encima de todas las cosas quería bajarse aún en marcha. Sabía lo imposible de su deseo, pero ¿qué es un deseo sino la expresión deformada de lo que deseamos sin verdadera esperanza? La corbata le pesaba como un yunque sobre el que una sociedad absurda y corrompida martilleaba lo poco que quedaba de su orgullo, y a pesar de ello, no podía dejar de sonreir aquella mañana.

Un café sin cafeína, sacarina por azúcar, copos de avena y leche desnatada. La metáfora de una vida desnaturalizada fuera de toda ilusión y aventura. El último trago del brebaje que alguien se atrevió a etiquetar como café, lanzó una gota casi transparente sobre su camisa, y se quedó mirándola, mientras se expandía absorvida por la fibra artificial de la camisa, absorto. ¿No parecía realmente que la mancha añadía algo de color, personalidad e incluso de diversión a su gris vestimenta? La sonrisa que se negaba a abandonar su cara, como un okupa encadenado al pilar de una casa abandonada, se transformo en risa suave, cadenciosa, luego un poco más pronunciada, casi delirante, hasta estallar en carcajada visceral, amarga y dolorosa, que acabó por arrancarle las lágrimas.

En el coche las noticias pintaban un futuro temible a través de los esbozos apresurados y catastrofistas de la actualidad. ¿Porqué siempre eran tan malas las perspectivas? ¿Una realidad mala desemboca necesariamente en un mañana peor? ¿No tenemos posibilidad de intervenir en nuestro destino cambiando para mejor nuestros designios? ¿Hay margen de maniobra para el ser humano o está predeterminado que todo lo que empieza mal, acaba peor y todo lo que ya está peor, aún puede estropearse?

Se acordaba de Julio César, en la batalla por la conquista de La Galia, cuando anunció en medio de la batalla decisiva que se iba a dormir, y ante la pregunta de su General de cómo podia irse a dormir y de qué pasaría al día siguiente, él contestó con sorna: ¿No sabes qué pasará mañana? Mañana saldrá el sol. Ciertamente el convencimiento de que lo que vendrá será necesariamente peor no hace que el futuro lo sea, solo que actuemos envueltos en la cobardía de nuestra indecisión, y no utilicemos nuestro potencial ni aprovechemos las ocasiones.

Pero ¿qué puede ser peor que desperdiciar el preciado don de la vida atado a una realidad que odiamos y a la que percibimos como causante de nuestras pequeñas infelicidades? Frenó el coche y estuvo sentado allí, en el vehículo detenido que ocasionaba que el atasco de cada mañana se convirtiese en una sinfonía en sí bemol para claxon y alarido humano, hasta que unos golpes de un enfurecido taxista en la ventanilla le hicieron salir de su letargo.

Sonriendo una vez más ante la visible ira del taxista y el atronador sonido de pitos y voces, arrancó nuevamente el coche y cambió de dirección. Volvió a su casa, entró quitandose la ropa y arrojándola contra el suelo. Apagó el móvil y se sentó frente al ordenador. Lo encendió y respiró profundamente. Miró la habitación que había abandonado apenas hacía una hora y le pareció completamente distinta. Pudo entrever la cara sonriente que se reflejaba en la pantalla, solo que ahora su sonrisa no parecía tan estúpida como antes. Respirando una vez más, abrió el procesador de textos y libre de presiones, mentiras y yugos, armado con la certeza necesaria de un futuro mejor, comezó a escribir.

FIN.

P.D.: Feliz año nuevo a todos y a todas. Os queremos.

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